Con frecuencia, consideramos que aprender a entender el «ego herido» es un proceso «meramente psicológico» más que una necesidad esencial en nuestro camino espiritual. Sin embargo, es erróneo creer que la psicología y la espiritualidad son dos caminos bifurcados de la condición humana que tienen poco que ver entre sí. La psicología se ocupa del conocimiento de la psique, del alma. De hecho, los primeros cristianos consideraban que el espíritu es el punto más elevado del alma y que juntos forman un todo.
El proceso de transformación que ocurre en el viaje de la meditación se produce espiritualmente tanto a nivel consciente como inconsciente. Las percepciones que nos llegan a través de nuestro verdadero «yo», el Cristo interior, conducen a un proceso psicológico de autoconocimiento cada vez mayor y, en consecuencia, al aumento de la conciencia de nuestro ser espiritual esencial, nuestro vínculo con lo Divino. Por esta razón, el Maestro Eckhart, al igual que otros sabios y místicos, señaló que “la realidad que llamamos Dios tiene que ser descubierta primero en el corazón humano. No puedo llegar a conocer a Dios a menos que me conozca a mí mismo”. La espiritualidad y la psicología, por tanto, van de la mano.
Si ignoramos la dimensión psicológica, la meditación puede generar una paz ilusoria, una paz que impedirá que alcancemos un verdadero crecimiento espiritual. Así es como podríamos interpretar la siguiente enseñanza de Jesús: ‘Si alguno desea seguirme, primero debe dejarse atrás a sí mismo; deberá tomar su cruz cada día y venir conmigo» (Lucas 9:23).» Tomamos nuestra cruz «cuando afrontamos el sufrimiento diario de nuestras heridas y, así, morimos al dominio del ego. Al pasar lentamente del egocentrismo a centrarnos en los demás, “seguimos a Jesús” y renacemos. De este modo, dejamos de actuar desde nuestras necesidades centradas en el ego y lo hacemos desde nuestro centro espiritual, desde nuestro verdadero «yo» en Cristo.
Revisemos otro aspecto psicológico del viaje espiritual. Vimos en lecturas previas cómo nuestras imágenes, ya sean de nosotros mismos o de Dios, pueden suponer un bloqueo importante en el camino de la meditación. Estas imágenes «falsas» ocultaran nuestro verdadero ser y, también, la Realidad Divina. En el Evangelio de Tomás, Jesús nos llama «ciegos» y «borrachos» cuando solamente actuamos desde el nivel del «ego» herido. El filósofo griego Heráclito lo describió de la siguiente manera: «La humanidad es tan inconsciente de lo que hacen cuando están despiertos como de lo que hacen cuando están dormidos». Tenemos que despertar. Tenemos que abandonar la prisión del «ego» herido. Necesitamos tomar conciencia de quiénes somos realmente: Somos hijos de Dios y templos del Espíritu Santo.
Enfrentarse a los impulsos inconscientes y a las emociones reprimidas realmente significa cargar «nuestra cruz», puesto que es un paso difícil y doloroso. Aquí existe el peligro de quedarnos demasiado cautivados por nuestra «historia». Si no estamos atentos, el «ego» alentará nuestra fascinación y detendrá nuestro crecimiento en la verdadera conciencia para asegurarse de que no abandonemos su esfera de influencia. Así, olvidaremos cuál es la razón por la que estamos recorriendo este camino: nos hallamos en la peregrinación de la mente al corazón, donde habita Cristo. John Main lo expresa sucintamente en su libro “La Puerta del Silencio”:
“Hay muchas personas a las que les interesa la meditación por lo que puede enseñarles sobre sí mismas. Es fácil verlo sólo como un proceso psicológico, en términos de superación personal, autoterapia y autocomprensión. Esta parte del camino es muy valiosa pero la auto-fascinación puede ser perjudicial para nuestro viaje espiritual.
Existe el riesgo de que la comprensión de nosotros mismos que nos facilita la meditación acabe desviándonos de la auto-transcendencia y dejándonos en la auto-fijación. Quedamos tan fascinados por este conocimiento mental y limitado que olvidamos que estamos en una peregrinación al misterio de Dios. La esencia del evangelio es la esencia de la meditación: no se trata de un proceso de autoanálisis sino de auto trascendencia. «Si alguno desea seguirme, niéguese a sí mismo» (Lucas 9:23). Es un camino arduo y exigente que requiere mucho coraje para retirar la atención de nosotros mismos. (págs. 29/30)
Kim Nataraja
Traducido por WCCM España