Lecturas Semanales

Lecturas semanales

Lectura 27 Ciclo 3

“Dejando ir”. Extracto de “JOHN MAIN: ESSENTIAL WRITINGS”, Modern Spiritual Masters Series de John Main OSB (Maryknoll, NY: Orbis, 2002), Pág. 127.

Una de las cosas más difíciles para la mente occidental es entender que al meditar no tratamos de hacer que sucedan cosas.

Estamos tan condicionados por la mentalidad técnica y productiva que inevitablemente pensamos que estamos tratando de organizar un evento o que ocurra algo especial. Según sea nuestra imaginación o predisposición, podremos tener diferentes ideas de lo que va a suceder. Para algunos son visiones, voces o destellos de luz. Para otros serán profundas inspiraciones y comprensión o creerán tener un mejor control sobre su vida diaria y sus problemas.

Sin embargo, lo primero que hay que entender es que la meditación no tiene nada que ver con hacer que algo suceda. El objetivo básico de la meditación es simplemente lo contrario: aprender a ser consciente de lo que es. El gran reto de la meditación es aprender directamente de la realidad que nos sustenta.

El primer paso hacia esta realidad —y todos estamos invitados a hacerlo— es entrar en contacto con nuestro propio espíritu. Este contacto significa descubrir la armonía de nuestro ser, nuestro potencial para crecer, nuestra plenitud; todo lo que el Nuevo Testamento y Jesús mismo llaman “plenitud de vida”.

Con frecuencia vivimos la vida solamente a un cinco por ciento de nuestro potencial. Pero por supuesto no hay medida para nuestro potencial; la tradición cristiana nos dice que es infinito. Tan sólo con volvernos de nosotros mismos hacia el otro nuestra expansión de espíritu se torna ilimitada. Nos transforma totalmente; es lo que el Nuevo Testamento llama conversión. Estamos invitados a soltar el lastre de las limitaciones, a ser liberados de la prisión de nuestros egos. La conversión es precisamente esta liberación y expansión que surgen cuando nos volvemos hacia el Dios infinito. Al aprender a amar a Dios, también aprendemos a amarnos unos a otros. Al amar nos vemos enriquecidos sin límite. Aprendemos a vivir de la inmensa riqueza de Dios.

Carla Cooper

Traducido por WCCM España

Enseñanzas Semanales

Enseñanzas semanales

Enseñanza 27 ciclo 3

El Desierto y el Arroyo  

El camino espiritual, a través del conocimiento de uno mismo, nos conduce al conocimiento de Dios, como ya hemos escuchado o leído en las palabras de los místicos o maestros espirituales. Laurence Freeman, en su libro “Jesús el Maestro Interior” afirma: “Cada persona se conoce a sí misma de forma única y expresa, de manera única, la idea de la no dualidad, la simple naturaleza de Dios y del Yo. Es una unión que transfigura pero que no destruye la identidad personal”.  

La siguiente historia sufí narra bellamente lo que requiere este proceso:  

La historia comienza con una suave lluvia que cae sobre una elevada montaña en un lejano lugar. Al principio, la lluvia cae de forma suave y silenciosa, deslizándose por las laderas de granito de la montaña. Poco a poco fue aumentando su fuerza, formando riachuelos de agua que resbalaban sobre las rocas y bajo los retorcidos árboles que allí crecían. La lluvia caía sin calcular dónde lo haría; el agua nunca tiene tiempo para probar cómo caerá. De pronto, comenzó a llover a cántaros, de forma que veloces corrientes de agua oscura confluían en los comienzos de un arroyo. El riachuelo abrió su propio camino por la ladera de la montaña, a través de las pequeñas veredas de cipreses y campos de lavanda, y fue cayendo en forma de cascadas. Descendía sin esfuerzo, salpicando todas las piedras que iba encontrando a su paso, aprendiendo que el riachuelo que choca con las rocas es el que canta con más nobleza. Finalmente, dejando atrás la altura de la lejana montaña, el riachuelo se abrió paso hasta el borde de un gran desierto. Arena y rocas se extendían más allá de la vista.  

Tras haber salvado todos los obstáculos que había encontrado en su camino, el riachuelo confiaba totalmente en poder cruzar también el desierto. Pero tan pronto como sus olas salpicaban en el desierto, así de rápido desaparecían en la arena. Al poco tiempo escuchó una voz susurrando como si procediera del desierto que le decía:

“El viento cruza el desierto, luego también puede hacerlo el arroyo”.  

“Sí, ¡pero el viento puede volar!” gritó el riachuelo, mientras seguía arremetiendo sobre la arena del desierto.  

“Nunca podrás atravesarlo de ese modo” susurró el desierto.

“Debes dejar que el viento te lleve”.  

“Pero ¿cómo?”, gritó el arroyo.  

“Debes dejar que el viento te absorba”, le contestó el desierto.  

El arroyo no podía aceptar esto, puesto que no quería perder su identidad o abandonar su propia individualidad. Después de todo, ¿cómo podría estar seguro de volver a ser un arroyo si se entregaba al viento?  

El desierto le respondió que quizá algún día, la corriente podría continuar su flujo incluso formando un pantano allí, al borde del desierto. Pero que nunca conseguiría cruzar el desierto manteniéndose como un arroyo.  

“¿Por qué no puedo permanecer como el mismo arroyo que soy?”, exclamó el agua.

Y el desierto le respondió, tan sabio como siempre: “Nunca podrás permanecer siendo lo que eres. O te conviertes en pantano o te entregas al viento”.  

El arroyo permaneció en silencio durante mucho tiempo, escuchando ecos lejanos de la memoria, sabiendo que parte de él ya había estado antes en los brazos del viento.  

Desde ese lejano y olvidado lugar, poco a poco fue recordando cómo el agua va conquistando y avanzando sólo por ceder, dejándose fluir a través de los obstáculos, transformándose en vapor cuando es amenazada por el fuego. Desde las profundidades de ese silencio, lentamente se elevó en forma de vapor en los acogedores brazos del viento y renació en lo alto, llevado fácilmente hasta las grandes nubes blancas sobre el extenso desierto. Al aproximarse a las lejanas montañas, al otro lado del desierto, el arroyo comenzó entonces a caer como una suave lluvia. Al principio, la lluvia cayó de forma suave y silenciosa, deslizándose por las laderas de granito de la montaña. Poco a poco fue aumentando su fuerza, formando riachuelos de agua que rodaban sobre las rocas y bajo los retorcidos árboles que allí crecían. La lluvia caía sin ningún tipo de cálculo. Y pronto comenzó a caer torrencialmente, de forma que veloces corrientes de agua oscura confluían en los comienzos de un nuevo arroyo.  

Kim Nataraja  
Traducido por WCCM España
Noticias de la Comunidad, P. John Main O.S.B.

JOHN MAIN Y LA DIMENSIÓN CRISTIANA DE SU MEDITACIÓN

Agradecemos a WCCM-España esta nota, que ha sido preparada por Carlos Miramontes Sejía, sacerdote de la Arquidiócesis de Santiago de Compostela y Doctor en Teología Moral por la Pontificia Universita Lateranense de Roma. Publicó el año pasado el libro “John Main, Apatheia – Nirvana”.

La Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana fue fundada como institución por los discípulos y amigos de John Main OSB (1926-1982) para compartir la profunda experiencia de su vida. Si bien John Main no nos dejó una obra sistemática terminada, este no fue nunca su objetivo. Él no quería pavimentar caminos conocidos, sino buscar nuevas rutas[1]. Esto es algo esencial para John Main.

Por otro lado, quería caminar con los maestros y maestras que nos han precedido, y eso es algo esencial también para John Main. Sus referentes son el Evangelio, los Padres del Desierto, y San Benito, en primer lugar, aunque también valorase en gran medida a autores como Henri le Saux OSB, por ejemplo y explícitamente, o a muchos otros autores de otras confesiones o tradiciones religiosas, como por ejemplo a quien fue su maestro de meditación no ignaciana, Swami Satyananda. La apertura ecuménica e interreligiosa es otro aspecto esencial para John Main.

Para comprender la dimensión profundamente cristiana que encierra la práctica denominada por John Main como “meditación”, a cuyo cultivo y enseñanza dedicó en cierto modo su vida, podemos pensar en sus raíces históricas y en su contenido.

La dimensión histórica

Para John Main los Padres del Desierto fueron siempre una referencia, y fue importante por tanto para él descubrir en la X Conferencia de la obra Colaciones de Juan Casiano el famoso discurso en el cual el abad Isaac le explica al joven Casiano cómo ellos habrían recibido una enseñanza “de los padres más antiguos” y que consistía en recitar una breve frase bíblica solicitando la ayuda y presencia de Dios, con confianza, útil en toda circunstancia, y útil también para “centrar” la mente y el corazón en Dios.

Curiosamente, lo cierto es que John Main llega hasta esa forma de oración a través de un monje hindú, Swami Satyananda. Como creyentes podemos considerar esto como algo providente. Y es que este tipo de oración de recitación de una palabra sagrada[2] no es algo exclusivo del cristianismo. Hoy en día está presente de uno u otro modo en todas las grandes religiones del mundo. En la Antigüedad sabemos que estaba ya presente en el mundo de la India, y probablemente también en el mundo mediterráneo. John Main quiso ver esta forma de oración incluso en Jesús de Nazaret[3].

Sobre el por qué esa forma de oración se hallaba ya en la Antigüedad diseminada por el mundo, hay tres explicaciones posibles, y son complementarias entre sí: Se corresponde con la forma de ser del ser humano.Gracias a Dios que guía a todos los pueblos y cuyas “huellas” Justino en el siglo II denominó ya como “semillas del Verbo”. Por contactos interculturales, que sabemos que ya en la Antigüedad eran muy frecuentes.
La dimensión de los contenidos

A nivel de contenidos, podemos distinguir dos niveles: Es una práctica que nos ayuda a referirnos a un Tú, al Tú de Dios, dejando atrás al “yo”; nos abre pues a la escucha de la realidad, esto es, a la contemplación.En su nivel más profundo, la meditación cristiana de John Main es esencialmente confianza en Dios en sí misma, porque “dejar atrás el yo” realmente conlleva un “salto” de confianza, de fe. 
Recordemos lo que decía John Main:

“Creo que una de las cosas que nosotros, como personas modernas, tenemos que aceptar es que si vamos a entender el misterio de nuestra propia existencia, tenemos que entenderlo en términos de hacer contacto con el misterio supremo, lanzándonos a las profundidades, a ese nivel de profundidad en el que podemos hacer contacto con la fuente de la maravilla de la vida misma.

Podemos encontrar todo tipo de anestésicos, podemos encontrar todo tipo de banalidades sobre las cuales tratar de vivir nuestras vidas, pero ninguna puede satisfacernos en un sentido profundo, y en términos teológicos cristianos, esa fuente de maravilla de nuestro ser con la que debemos de hacer contacto es Dios; y como sabes al aprender a decir tu mantra con absoluta sencillez, le encomendamos todo nuestro ser.

Meditar es en muchos sentidos un acto sacrificial, asumimos el riesgo, nos ofrecemos a Dios, abandonando a Dios todo lo que somos, y todo por lo cual sabemos que somos, y simplemente decimos nuestro mantra; y ese es tanto el desafío como el poder de esto, y requiere confianza, confianza absoluta, y no puedes ser cristiano a menos que aprendas a confiar absolutamente, y lo que cada uno de nosotros puede descubrir de nuestra propia experiencia es que en el momento de la confianza el goteo de la vida se convierte en un torrente”[4]

Por ese motivo, John Main insistió en que la meditación de la que hablaba no debía de ser comprendida como una técnica, porque en la técnica no hay confianza ya que es hacer algo para producir otra cosa. Es más, decía que la meditación de la que hablaba debería de liberarnos de nuestra mentalidad “mecanicista” y abrirnos al misterio de la realidad[5].

La confianza en Dios, la fe, como ha sido reconocido ecuménicamente, es la base del actuar cristiano[6]. John Main decía, por eso, que solo podías comprobar si “estabas meditando bien” si amabas más a tu vecino[7]. Carlos Miramontes Seijas    
[1] “un líder [es uno] que siempre está señalando el camino a seguir hacia lo que está más allá” J. Main, Community of love, Medio Media, Singapore 2010, versión e-book, posición 725 [traducción propia del inglés].

[2] Esto es literalmente lo que significa la palabra sánscrita mantra, popularizada por el mismo John Main en ámbito cristiano; simplemente “palabra o frase sagrada, oración o canto de alabanza” [Cf. M. M. Williams, A Sanskrit – English Dictionary, Motilal Banarsidass, Delhi 1986, 785; 810].

[3] «se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras» Mt 26, 44; referencia tomada de J. Main, Word into silence, Paulist Press, Ramsey 1981, 52-53 con texto castellano de Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao 1999.

[4] J. Main, «The way of salvation», en el CD In the beginning (05:18-08:28) [transcripción y traducción propia del inglés].
[5] “La enseñanza de Jesús sobre la oración en el evangelio es la enseñanza básica que subyace a la meditación. Por ejemplo, el espíritu de confianza fiel implícito en el mantra es lo que encontramos en su mandato de ‘Pon tu mente en el reino de Dios y su justicia antes que todo lo demás y todo lo demás vendrá a ti también’ […] Uno no puede, en nuestra sociedad tan materialista, sino preguntarse, ¿qué saco yo de esto? ¿Si sigo el camino espiritual, qué voy a sacar de ello? Basta con considerar los conceptos básicos de la vida que tenemos en nuestra sociedad. El modelo básico con el que operamos es esencialmente mecanicista y la vida se convierte fácilmente en una operación mecánica. Pensamos que estamos aprendiendo a lidiar con la vida dominando los procedimientos y como resultado perdemos la vitalidad de la experiencia en sí […] La meditación es importante porque debemos liberarnos de esa visión mecanicista de nosotros mismos y de la sociedad. Espiritualmente es de suma importancia porque es el paso más práctico que cualquiera puede dar para redescubrirse a sí mismo, no como una máquina o como un engranaje mecánico en una vasta línea de montaje; esto es, para llegar a conocernos a nosotros mismos como poseedores de una profundidad de misterio infinita” J. Main, The way of unknowing, Darton Longman & Todd, London 1989, 73-74 [traducción propia del inglés].

[6] “Juntos confesamos: Sólo por gracia, en la fe en la obra salvadora de Cristo y no por ningún mérito de nuestra parte, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones mientras nos equipa y nos llama a las buenas obras” Lutheran World Federation and the Catholic Church, Joint Declaration on the Doctrine of Justification, 1999, n. 15 [texto inglés consultable en la siguiente dirección online de manera abierta:  https://www.lutheranworld.org/sites/default/files/Joint%20Declaration%20on%20the%20Doctrine%20of%20Justification.pdf] [traducción literal propia del inglés].
[7] “¿Cuál es la gran prueba de que tu meditación está funcionando y estás progresando? No te aconsejo que te califiques a ti mismo, la gran prueba es: ¿Estás creciendo en el amor? ¿Estás creciendo en paciencia? ¿Estás creciendo en comprensión y compasión?” J. Main, Door to silence, Canterbury Press Norwich, London 2008, versión ebook, posición 1099 [traducción propia del inglés].    
P. Laurence Freeman OSB

Reflexiones del P. Laurence: tercer domingo de Adviento 2022

Tercer Domingo de Adviento 11 de Diciembre de 2022  

Hoy es el gran momento de Juan el Bautista bajo los focos. Jesús, a quien reconoció y bautizó como su sucesor, ahora le reconoce públicamente. Él da testimonio de su importancia única como puente entre el antiguo y el nuevo régimen, la Ley y el Reino. En ellos, no vemos ni rastro de la competitividad, tan evidente y vergonzosa que hay entre los líderes del mundo de la política, la educación, el espectáculo o los negocios. Quizás esto se deba a que sabe que ambos estarían destinados a un fracaso catastrófico, y rara vez competimos con alguien para ser el mayor fracaso.

La sabiduría de ambos se forjó en la experiencia del desierto. Tras ellos vendría un ejército de discípulos que también serían habitantes del desierto y que describieron la ciencia de la práctica del desierto fundamentada en el arte de la oración del corazón. Como saben todos los habitantes del desierto, incluidos todos los meditadores, esta tarea se realiza simultáneamente en el cuerpo, a través de los muchos niveles de la mente, y con el poder del espíritu.

La primera etapa de esta adquisición de sabiduría es la más breve: el entusiasmo. Te pone en marcha con el primer fervor de conversión o apego romántico («¡He encontrado todo lo que siempre había estado buscando!»). Pero luego exige que nos comprometamos o sigamos adelante de nuevo.

Si optamos por el compromiso, que supone una reducción de opciones que precede a la dilación del corazón, entonces aparece la acedia. La nuestra es la Era de la Acedia, por lo que es difícil de reconocer y se confunde fácilmente con (o tal vez sea una forma de) depresión. Significa literalmente falta de cuidado, de preocupación y de precisión. Nos vuelve descuidados con nuestro trabajo e incapaces de disfrutar de las cosas que normalmente nos proporcionaban placer. Sus síntomas son dormir demasiado, comer en exceso, tener pensamientos suicidas o sentimientos de culpa por perder el tiempo, o ver ‘realities’ en la tele. Su dinámica tóxica es la resistencia a la invitación al amor.

Después de atravesar la acedia, pasamos a la apatheia, que es lo opuesto a la apatía. Significa la salud del alma completamente energizada y una ecuanimidad poderosa. Da rienda suelta a la creatividad y a la compasión como recursos naturales que fluyen libremente. En los días buenos, nos otorga la espontaneidad para celebrar y alabar. En los días malos, nos da la estabilidad para mantenernos a flote y surcar las olas.

Los maestros del desierto decían que ágape es hijo de apatheia. Es el amor de Dios por nosotros y crea nuestro amor recíproco por Dios, ilimitado e incondicional, de una manera aterradora, a la vez que seductora.

Cuando este ciclo de la experiencia del desierto se repite suficientemente en los elegidos, produce los profetas que hemos estado esperando y, finalmente, el que todos hemos estado esperando desde el principio.

Padre Laurence
Traducido por WCCM España