Lecturas Semanales

Lectura 9, ciclo 2

Extracto de “Mis queridos Amigos” de Laurence Freeman, OSB. Newsletter de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana (18 de Junio de 1999).
La oración profunda nos enseña lo mismo que el ángel de la muerte: cuando el meditador encuentra la pobreza de espíritu, su experiencia es semejante a la experiencia de la muerte. La pobreza significa mirar fijamente un vacío cuyo significado, al principio, se nos escapa. Es la dolorosa conciencia de que todo aquello que soñábamos y esperábamos que durase para siempre, lleva una fecha de caducidad oculta. La pobreza de espíritu significa reconocer que no somos autosuficientes y que dependemos para nuestra propia existencia de una realidad que no podemos ni nombrar.
Pero a medida que luchamos contra el terrible ángel, descubrimos que no se trata de un enemigo sino de un amigo. Un mensajero del Dios de la vida, no de la muerte. A medida que nuestras complejas reacciones hacia el mensajero se despliegan, encontramos momentos de elevada alegría en el vacío del espacio que es el Espíritu. Es entonces cuando vemos el vacío lleno de potencialidad, una abundancia de vida que comienza a ser, un vacío al que no evitar.
Esto puede verse en ocasiones en la mirada de una persona muy enferma o moribunda. En la profundidad de su alma está siendo testigo de la multitud de sentimientos que le golpean y se retiran para volver a golpearle y retirarse de nuevo. Pero hay momentos en los que sus ojos se llenan de una paz y una sabiduría que son una bendición para quien los contempla. Aquellos a quienes viniste a consolar te consuelan a ti. Aquellos que pensaste que serían objeto de tu compasión cambian las tornas y pasan a ser ellos quienes aligeran las cargas de tu vida.
Hay una manera de acompañar a una persona moribunda sin tener que sentirse incómodo e inútil. Y es simplemente siendo un compañero. Estar en contacto con nuestra propia mortalidad. Recordar que nosotros mismos también estamos muriendo. Aprender de aquellos a quienes sirves. Al margen de lo reacia que pueda estar la persona, valorará nuestra compañía. Ser un compañero fiel y sincero, no abandonar al otro cuando nos sintamos retraídos, es la esencia de la compasión. Es el fruto de sentirse uno mismo en casa. Acompañar es vivir la verdad de que la soledad no es el aislamiento que inicialmente tememos. Es la condición de sencillamente ser la persona que Dios nos llama a ser: una persona que en su naturaleza profunda es amada y es capaz de devolver amor.
El arte de acompañar a otra persona se desarrolla en la oración profunda. Meditar con otra persona es encontrar una intimidad y una amistad espiritual en el silencio que es inexplicable en otros niveles de relación. Las barreras del temor o del formalismo se desvanecen cuando se comparte el trabajo del silencio interior. El estar genuinamente presente (con el moribundo) depende de haber superado nuestra autoconciencia y nuestro egocentrismo. Esta superación significa buscar esa ausencia de control que instintivamente evitamos y de la que huimos. Nos puede gustar observar desde una distancia segura esta “pobreza de espíritu” y posponer nuestro encuentro con ella. Nos gusta leer sobre ella y escuchar a otros describirla.
Pero todo depende de cuándo decidimos cruzar en persona la frontera de la pobreza desde la tierra de la ilusión al reino de la realidad. Cuando hacemos esto, podemos saborear las alegrías del reino de Dios en esta vida.

Carla Cooper
Traducido por WCCM España  
Lecturas Semanales

Lecturas Semanales: semana 8, ciclo 2.

“El Espíritu”
Extracto de “Una Palabra hecha Silencio” de John Main OSB (New York: Paulist Press, 1981) págs. 37-39.

El primer paso hacia el desarrollo de la persona es permitirnos ser amados. Y para facilitar esto fue enviado el Espíritu Santo al corazón del hombre, para tocarlo, para despertarlo, para atraer nuestra mente hacia su luz redentora. La llegada del Espíritu Santo fue un acontecimiento de la Resurrección y continúa hoy estando tan actual como “a última hora de aquel domingo”, según nos dice San Juan, cuando los discípulos se encerraron todos juntos y Jesús se les apareció y soplando sobre ellos les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.
Nuestro letargo y evasión natural, nuestra reticencia a permitirnos ser amados, igual que las puertas cerradas, no son ningún impedimento para el Espíritu Santo. El Espíritu ha sido enviado al corazón humano donde vive el misterio divino, mientras Dios nos acoge en su ser. Incluso en el corazón del hombre más malvado, el Espíritu Santo seguirá implorando sin cesar: “Padre, Padre”.
Al principio tenemos una débil conciencia del movimiento del Espíritu Santo en nuestro corazón, de la presencia de aquello que nos permitirá conocernos a nosotros mismos. Cuando despertamos a su plena realidad, escuchando nuestro corazón, despertamos a la prueba viviente de nuestra fe que justifica esa primera conciencia débil, esa primera esperanza.
Y como dijo San Pablo a los Romanos: “Esta prueba es el fundamento de la esperanza. Dicha esperanza no es falsa, puesto que el amor de Dios ha inundado nuestro corazón más profundo a través del Espíritu Santo que Él nos ha dado”.
La embriaguez del lenguaje de San Pablo es la embriaguez de su propio despertar a la Realidad del Espíritu, a la experiencia del gozo liberado y derramado que Jesús predicó y transmitió a través de Su Espíritu. Es la embriaguez de la oración.

Carla Cooper
Traducido por WCCM España
Lecturas Semanales

Lectura 32, Ciclo 1

El Amor religioso” extracto de “The Way of Unknowing” de John Main, OSB, (Nueva York: Crossroad, 1990), págs. 115-116.

Uno de los principales problemas con que se enfrenta el cristianismo actualmente es que muchas teologías se basan exclusivamente en pensamientos sobre Dios que no se derivan de la experiencia. En realidad, estos pensamientos están con frecuencia muy distanciados de lo que es la experiencia de Dios por un rechazo al valor que tiene el conocimiento espiritual. Por supuesto, la solución no está en abolir la teología, sino en infundir la experiencia espiritual en ella, para que sea de nuevo una religión viva que nace más allá de las reflexiones teóricas sobre otras reflexiones. Además, la verdadera teología surge más allá de la reflexión de la experiencia que otras personas han tenido de Dios. El cristianismo actual necesita una teología robusta y contemplativa que atraiga a la inteligencia con todas las ideas, los problemas y los movimientos de la conciencia moderna. Debe ser Dios quien hable a través de la experiencia del hombre y esta experiencia está basada en la oración.

Al abrir nuestro corazón al amor, en el nivel más profundo y silencioso de nuestro ser, no estamos reprimiendo el conocimiento humano ni rechazando los valores humanos o las relaciones. Por el contrario, todos estos aspectos son iluminados: es decir, los vemos con una nueva luz, en una luz trascendente. Vemos una nueva luz en ellos. Lo maravilloso del mensaje cristiano es que esta luz no es menos que la luz de Cristo, la luz que es Cristo. La llamada a entrar en esta luz va dirigida a cada uno de nosotros para que la conozcamos a través de nuestra propia experiencia…para que sintamos que la luz de Cristo brilla en nuestros corazones y que la misión más importante de nuestra vida es abrirnos a ella, estar inmersos en ella y así, ver todo a través de esta luz.

La meditación es nuestro camino hacia esa luz. Para llegar a ella, tenemos que aprender a ser humildes, pacientes y fieles. Todo esto lo irás aprendiendo al volver fielmente a tu meditación cada mañana y cada noche. Pronunciando el mantra desde el principio hasta el final de tu sesión de meditación aprenderás a ser humilde. Por la gracia de Dios, aprenderás entonces de tu propia bondad, mientras compruebas que la luz brilla para ti. Aprenderás que la unión, la unidad, es para ti. Y así aprenderás que eres uno con todos. La meditación es tan importante porque nos conduce a un lugar del destino divino que está arraigado y fundado en Cristo. Encontramos a Cristo en nuestros corazones y así nos encontramos a nosotros mismos en Él y en toda la creación.

Carla Cooper

Traducido por WCCM España

Lecturas Semanales

Lectura 15, Ciclo 1.

“Espacio para Ser”, del libro de John Main “Momento de Cristo”.
Para conocernos y entendernos a nosotros mismos y … para poner a nuestros problemas y a nosotros mismos en perspectiva, hemos de entrar en contacto con nuestro espíritu. Todo autoconocimiento surge de la comprensión de nosotros como seres espirituales. Sólo a través de nuestra conexión con el Espíritu Santo recibiremos la profundidad y amplitud para poder comprender… El camino no entraña dificultad. Es muy simple. Pero requiere de un fuerte compromiso por nuestra parte…

La maravillosa revelación que está ahí esperando a ser descubierta por todos nosotros cuando emprendemos el camino con disciplina es que nuestro espíritu ya está enraizado en Dios y que cada uno de nosotros tiene un destino y un significado eterno. Este es el descubrimiento principal que cada uno de nosotros debe hacer, que nuestra naturaleza tiene un potencial infinito para desarrollarse y que este proceso sólo podrá llegar si realizamos la peregrinación a nuestro propio centro… Es sólo allí, en la profundidad de nuestro ser, dónde podremos descubrirnos enraizados en Dios.

La meditación es el camino que nos lleva a contactar con nuestro espíritu. En esa conexión encontramos la integración de todo nuestro ser, encontramos la armonía en todo cuanto experimentamos, y que toda nuestra existencia está alineada en Dios.

El camino de la meditación es muy sencillo. Todo lo que tenemos que hacer es permanecer tan quietos como podamos, en cuerpo y espíritu … Aprender a meditar es aprender a dejar atrás nuestros pensamientos, ideas e imaginación y descansar en la profundidad de nuestro propio ser. Recuerda siempre esto. No pienses, no utilices más palabras que la propia e única palabra, no imagines nada. Sólo escucha, pronuncia la palabra en la profundidad de tu espíritu y escúchala. Concéntrate en ella con toda tu atención.

¿Porqué es tan poderosa la meditación? Principalmente, porque nos facilita el espacio que el espíritu necesita para expandirse. Nos da el espacio que necesitamos para ser nosotros mismos. Cuando meditas no necesitas disculparte, ni justificarte. Todo lo que necesitas es ser tú mismo y aceptar de Dios el regalo de tu ser auténtico. Y es en esta aceptación de ti mismo y de tu creación cuando entras en armonía con el Creador… el Espíritu de Dios.

Carla Cooper
Traducido por WCCM España
Lecturas Semanales

Lectura 12, Ciclo 1

“Besar la alegría según pasa,”
extracto del libro de John Main “El corazón de la creación”
(Norwich: Canterbury Press, 2007), págs. 74-75.

La meditación esta muy unida al desapego. Dado que en el vocabulario de nuestras religiones occidentales no existe un concepto tan malinterpretado como el del “desapego”, la meditación con frecuencia genera problemas o complicaciones innecesarias. Nos imaginamos que desapego implica una clase de fría indiferencia platónica.  

Sin embargo, creo que el desapego es la lección fundamental que la meditación debe enseñarnos hoy a nosotros, hombres y mujeres occidentales que sufrimos las consecuencias de una cultura religiosa que con frecuencia ha puesto el acento en el lugar erróneo. El desapego no implica una disociación de ti mismo, ni implica eludir tus problemas o tus responsabilidades. No es la negación de la amistad o del cariño, ni tampoco de la pasión.

El desapego, en esencia, consiste en desprenderse de la preocupación por uno mismo, de ese estado mental, con frecuencia inconsciente, que te sitúa en el centro de toda la creación. El desapego se preocupa también por el compromiso en la amistad, en conseguir la confraternidad, en un amor auto-trascendente y expansivo.

El desapego hace posible el amor, porque el amor sólo es posible si estamos desapegados de la preocupación por nosotros mismos, si hemos salido del autoaislamiento, si nos hemos liberado de la autocomplacencia.

El “desentenderse” que implica el desapego se refiere a dejar de utilizar a los demás para los propios fines. Pero, por encima de todo, y esta es la lección fundamental que hemos de aprender en la meditación, el desapego es la liberación de la angustia que sentimos por la propia supervivencia en cuanto un “yo”, como identidad.

La vida nos enseña que amar consiste, en esencia, en perderse uno mismo en la realidad mayor del otro, de los otros y de Dios. Desprenderse del egocentrismo nos libera para el amor, de modo que no estamos ya dominados por la búsqueda animal por la supervivencia. El desapego requiere que tengamos plena confianza en el ser humano: confianza en el otro, tanto en las personas como en Dios. Precisa de la voluntad de dejarse llevar, de renunciar al control y de ser.

Carla Cooper  

Traducido por WCCM España